sábado, 2 de diciembre de 2017

Hugo

Campeón del Clásico El Colombiano

1996

Son las cuatro y media de la mañana. Él está despierto. No sufre de insomnio, es la hora en que se levanta todos los días. Tiene 55 años.  


Camina dentro de su casa. Se sienten sus pasos a pesar de que trata de no hacer ruido. No quiere despertar a nadie. Hace café. Se mueve, con un tinto en la mano, de la cocina a la sala, al comedor, a la ventana. Esta lloviendo afuera, su entrenamiento en bicicleta se ha dañado. Eso no es impedimento para hacer ejercicio y mucho menos una excusa para regresar a dormir. Se cambia de ropa, es hora de dejar la pijama y enfundarse en el uniforme de ciclista. Entre dormida y despierta sé que ya casi es hora de despertarme para ir al trabajo. Siento los zapatos de ciclista que caminan hacia la puerta del apartamento. Me duermo de nuevo unos minutos más.

Allí, con un rodillo de entrenamiento, hecho por él mismo, Hugo monta su bicicleta de carreras por cerca de 50 minutos. El rodillo hace ruido pero nadie se queja, ni los vecinos ni nosotras (mi madre, mi hermana y yo), no incomoda a nadie.

Se sostiene de la ventana que da hacia la calle para bajarse. Sigue lloviendo en Medellín. Un gran charco salado queda en el suelo.

Siento sus zapatos acercarse a mi habitación. Con una mano y una toalla pequeña seca su sudor y con la otra y un movimiento delicado Hugo me despierta para ir al trabajo. Mientras me baño y me arreglo, el desayuno estará servido. Él es muy práctico, para todo, para lo físico, para la vida. Rara vez se complica, siempre piensa más en los demás, y nunca necesita nada, al menos eso nos dice.

Una vez, un domingo, me cogió el día, él es mi despertador y por cosas extrañas, porque él siempre madruga así sea un domingo, no se levantó a tiempo. Solo pude bañarme, vestirme, coger un taxi y llegar a mi turno en RCN Radio a las 6 de la mañana. A las 7 mi papá había llegado en bicicleta, con mi desayuno y algo para compartir con el portero. Es un hombre sociable, al extremo. Eran las 8 y no se había ido, seguía charlando con el encargado de cuidar la entrada. Ahora entiendo porqué yo hablo hasta sola.

Siempre le han dicho el flaco.

Su contextura física es delgada, muy delgada. Sus músculos son tonificados. Sus piernas son de ciclista nato, están muy bien definidas, igual tiene brazos fuertes. Para compensar el desgaste de las piernas hace pesas en casa, también las construyó él mismo con metal y madera. En la semana alterna los ejercicios del tronco superior con la bicicleta. Esa nunca la va a dejar. Es fanático empedernido. Con tal de verse el Tour de Francia por televisión pospone cualquier cita. Sale a pueblos cuatro veces a la semana. Así madrugado. La bicicleta es otro de sus amores.


Repite, cada vez que puede, que el deporte es salud, es una de sus enseñanzas. Ha buscado que nos enamoremos de alguna práctica deportiva. De niña, cuando intenté con la gimnasia, sacaba el colchón a rayas azules y blancas a la sala para ser mi entrenador personal. Me ayudaba a hacer el arco y la parada de manos. Mi hermana se pegaba al entrenamiento. Mi madre cerraba los ojos para no ver nuestras acrobacias. Hugo en cambio las dirigía. Pero la gimnasia no era lo mío. A decir verdad no fui muy destacada en deportes pero sí juiciosa, ensayé con varias disciplinas. Tuve clases de básquet, natación, balonmano, voleyball, tenis, patinaje. Me quedé con este último, a Hugo se le llena la cara de felicidad al saber que tengo una disciplina deportiva que me ha enamorado, me regaló mi primer uniforme para competir y ha ayudado a curar mis heridas, de uno que otro aparatoso accidente. Me muestra sus cicatrices y reafirma que si él pudo con las marcas de la vida, yo también. 


Su trabajo
En el centro de Medellín, ahí en la calle Colombia entre las carreras Cundinamarca y Cúcuta hay un local de relojería.

Cuatro metros cuadrados. Allí trabaja mi papá. Conozco ese local desde niña, uno de mis planes en vacaciones era irme a acompañarlo. Me emocionaba en esa época ver las paredes llenas de relojes Jawaco, esos que dan campanadas cada media hora y también de los cucú que sacan un pajarito. Hoy me impactan otras cosas. Ya no hay tantos Jawacos colgados. La mesa de relojería es grande. Tiene un cajón en el centro donde el guarda trapos, varios sopladores de aire, unas bolsas con los relojes que mandaron a arreglar y nunca le han reclamado y uno que otro destornillador y alicate. Es un cajón desordenado pero encima de la mesa es otra cosa. Tiene una lámpara fluorescente que la ilumina por completo y un armario de 40 centímetros de alto por 30 de ancho del que salen 6 cajones. Cada cajón tiene compartimientos tan pequeños como las piezas que los contienen: volantes, engranajes, ruedas, minuteros, segunderos, resortes, espirales y tornillos.

Verlo manejar con la mayor precisión esos tornillos diminutos, los resortes minúsculos o las pilas chiquiticas me impresiona. Hoy a sus 55 años sigue teniendo el mejor pulso que he conocido en mi vida. No le tiembla ni un vello. Se queja de que ha perdido visión, pero para eso está la lupa de relojero. La suya es negra, y como por arte de magia se la acomoda en la cuenca del ojo. Esa vaina no se le cae. Yo no he podido sostenerla como él lo hace.

Justo hoy, después de mi turno en la emisora en la mañana y mis clases en la tarde, voy a ir al local de nuevo. Voy a abrir una cuenta en un banco nacional para poder sacar a crédito una lavadora, se dañó la que había en casa. También me voy a dar un gusto, una grabadora. Hugo va a ser mi fiador en este proceso y como ya tengo trabajo será más fácil.

Al llegar al local me encuentro que tiene visita, es un hombre de muchos y buenos amigos. Muy buen consejero. Por la sala de mi casa he visto pasar a sus amigos, los hijos de sus amigos, los vecinos, las amigas de mi mamá, mis amigas, mis amigos, los papás de mis amigas, de las amigas de mi hermana. Observo a lo lejos cuando habla con alguien para aprender, él sabe escuchar pero además sabe decir las palabras precisas. Se comunica muy bien. No es tan expresivo a la hora de pensar en él, pero cuando es con los demás se despacha sendos discursos. Es muy buen amigo y por eso hay mucha gente que lo quiere, lo respeta, lo aprecia. No es un hombre tímido, al contrario, se presenta sin pena ante la gente, es alegre, mucho, se ríe de todo, tiene una sonrisa bonita. Es el mejor para bautizar a sus amigos con apodos, yo solo escucho cuando saluda por teléfono a carenalga, a superman, a Boyacá, a perra flaca, a la sabandija o a potasio, siempre con una carcajada después del apodo.


Me toca acosarlo un poco porque si por el fuera se quedaba conversando todo el día. Se despide de su amigo, que trabaja en el edificio donde queda su relojería y nos vamos al banco. 


A pesar de su espontaneidad es muy reservado, no habla mucho de sus sentimientos, guarda para sí mismo muchos secretos, hay una parte de su vida que le duele y por momentos se le nota la tristeza.
Mi mamá nos contó la historia del abandono de sus padres con la condición de que nunca le dijeramos nada, ni mucho menos le preguntáramos por su mamá. Eso le duele. Y aunque no es fácil verlo llorar,  lo ví hacerlo por su abuela Carmen, quién lo crió y eso porque era una noche de copas.

A Carmen, le decían la alemana. Era rubia, de ojos verdes. Hija de un alemán que nunca supo de su existencia, de esos militares que pasaron por Colombia, amaron y se fueron. Carmen murió cuando Hugo tenía 16 años y siempre la lloró, aún viejo, la lloró. Tuvo una niñez dura, una vida de escasez, un arropo de humildad. Eso él lo pregona, “ser humildes es lo más sensato mija, que no se le suban nunca los humos”, dice.


Otra vez también lloró cuando recordó sus locuras juveniles. Se voló del ejército 3 veces y nunca prestó el servicio militar completo. También confesó haber tenido muchas novias y no elegir ninguna hasta que llegó Beatriz, mi mamá. En esa borrachera lloró de agradecimiento a la vida y dijo una frase que jamás olvidaré: “Dios me ha premiado con la familia que tengo, yo no pensé que la mereciera”.

Hay que aclarar que las lloradas han sido con licor en la cabeza. Es que hay que reconocerlo, a Hugo le gusta el trago. Ha bebido mucho durante toda su vida. El licor casi acaba su matrimonio pero de eso aprendió. Digamos que el ciclismo también le ayudó. Eso sí, del todo no lo va a dejar. Hoy por salud el médico le pidió que le bajara al aguardiente. Digamos que fue inteligente. Ya no toma en la calle sino en la casa, con su esposa y sus hijas, media de ron con cocacola para 4, si mucho serán dos vasos, pero es suficiente para él. Ya pasaron las épocas de lagunas en las que toreaba carros en plena carrera 80. Más de una vez se cayó por las escaleras. Siempre tuvo la suerte del borracho. No se mató porque el ángel que cuida a los ebrios lo acompañó. Hoy no hay esa pérdida de conocimiento pero si ese ron el viernes por la noche, en casa, oyendo tangos o los vallenatos de Alejo Durán. Es que me faltó decir que tiene alma de costeño. Vivió en Tolú en su juventud. Fue pescador, celador y hasta trabajó en un hotel arreglando de todo. Nadie como él para escoger un pescado fresco, en eso nadie lo engaña.


Al terminar la vuelta del banco nos vamos a la casa en bus. Tenemos un apartamento que terminó de pagar después de 15 años de cuotas. Hace dos años le dieron las escrituras y fue una celebración. A mi me toca la silla. Le sostengo el bolso mientras él está de pie a mi lado. Lo observo. Hugo no es elegante, pero si impecable. No falta en su bolsillo un pañuelo y una peinilla, es alto. Yo hubiera querido tener esos 15 centímetros que me faltaron para tener su estatura. Sé que mi hermana también.

Mi mamá saluda y se sienta en la máquina de coser. Está trabajando como loca para entregar unos gallardetes. Son como 100 que tiene que coser para una competencia equina que se va a hacer en Medellín. No hay comida hecha, ella no ha tenido tiempo. Para Hugo eso no es problema. Él cocina bien. Muy bien diría yo. Sobre todo la comida de mar. También hace el mejor hogao, el más delicioso ají. Alardea de su sazón, no quiso ser cocinero, sino médico pero igual hubiera sido un gran chef.

Llegamos a casa y siempre tira la devuelta en el chiffonier, sus llaves suenan mucho, es a propósito, él las hace sonar para que Daysy, la French Poodle de la casa se alborote. Ella lo ama, más que a mi mamá, a mi hermana o a mí. Cuando él llega, ella llora, brinca muy alto. Sabe que no hay ser en el mundo que ame más a los animales que él. Nosotras somos aprendices de ese amor.


Por algún motivo se dañó una hornilla del fogón. Eso no es problema. Él es de esos hombres que no llama a un electricista ni a un plomero ni a un pintor. Es muy hábil con las herramientas. Lo arregla todo y muy bien. Quizá por ello es tan bueno en su trabajo. La relojería la estudió en el Sena, su fama con los Jawacos es regional, la gente lo busca porque sabe que un reloj en sus manos, además de bien arreglado, no se vuelve a dañar. Además es honesto, no cobra nunca lo que no debe, es muy justo con eso, con cobrar, aunque con gastar no. Si Beatriz no existiera no hubiera podido comprar su casa, su local de relojería y una lambreta que tuvo años atrás. Hugo con un peso de más no tiene reparo en gastar, poco poco de ahorrativo. No hay que negar que es desordenado con sus finanzas.


Mientras hace la comida le pregunto por eso, por la medicina. Cuenta que no pudo estudiar, tampoco terminó el bachillerato, lo dejó en noveno y no se graduó. Pensándolo bien, hubiera sido también un gran médico. No hay herida que lo asuste. Él dice que no tuvo oportunidades de estudiar, tampoco motivaciones. También su rebeldía juvenil y su libertad lo hicieron desistir de la academia, por esas locuras es por las que llora.

Yo me voy a dormir. Tuve un día de trabajo y estudio bien intenso. Mañana hay que madrugar de nuevo. A veces me quejo y él me regaña. Es que Hugo es muy positivo, un hombre con mucha fe, es espiritual y religioso a su manera. Cree en el poder de la mente y las palabras y en general en que los buenos actos generan recompensas. Siempre me ha dicho que la justicia no la debo hacer yo, él de arriba lo arreglará. Karma it’s a bitch, diría yo.




"Hasta mañana", le digo. "Si Dios quiere", responde. 
Ese es mi papá en un día cualquiera. Toda una plaga, dirían sus primos, pero ha asentado cabeza. Hugo hoy no le tiene miedo a nada, nos dice en repetidas ocasiones que ni siquiera a la muerte hay que temerle, “es lo único seguro en la vida”.  






domingo, 8 de mayo de 2016

Tutores de la felicidad: Los momentos de un duelo

Hace poco fui invitada a grabar el programa de Televid, Tutores de la felicidad. El programa salió al aire este domingo 8 de mayo, cuando se celebra el día de la madre en Colombia, particularmente y si lo vieron, se me quebró la voz hablando de mi madre. 

Bueno, este es un espacio creado por un grupo amigos que buscan construir una red de apoyo para ayudar a las personas que enfrentan momentos difíciles en sus vidas con conferencias, capacitaciones y ahora este programa de televisión. Su objetivo es "entregar herramientas y empoderar a la sociedad para que sepa resolver problemas, sea saludable y feliz". 

Fui al programa a hablar de mi vida (Vea el programa aquí), esa que ya muchos de los que han leído este blog conocen. A los nuevos lectores los invito a leer el post de esta valija, llamado Sobre cómo la vida te puede cambiar en un segundo para que tengan un contexto de la situación.

lunes, 6 de julio de 2015

El cimbronazo de la muerte

Parecería extraño que yo, que sentí la muerte muy cerquita cuando perdí a mis padres de manera inesperada, en un accidente de tránsito, no tuviera muy claro que lo que significa esa funesta palabra de 6 letras.



Siempre he pensado que sí, que lo tengo claro, pero historias que han pasado esta semana me han cuestionado de mil maneras lo que siento con la muerte, lo que quiero de la vida y lo que espero del día a día. 

Primero se habló de eutanasia. Personalmente estoy de acuerdo con ella pero no dejó de...

jueves, 8 de enero de 2015

A la mierda el fanatismo



Siempre he pensado que el fanatismo, ese ciego, que no deja ver más allá, que no entiende de respeto ni mucho menos de tolerancia, es extremadamente dañino. 

La Real Academia la lengua española define fanatismo como: tenaz preocupación, apasionamiento del fanático. Esa preocupación me queda mí y seguramente a muchos después de lo que pasó en Francia, cuando tres hombres invocando su fanatismo y la defensa, a toda costa, de sus creencias abrieron fuego a sangre fría y mataron a diestra y siniestra.

Eso es aberrante, aterrador, angustiante e incomprensible. Eso y todo lo que genera el fanatismo, no es sino que miremos a nuestro alrededor y veamos todo tipo de expresión negativa que deja, en las relaciones humanas, el fanatismo exacerbado. 


sábado, 18 de octubre de 2014

¿Para dónde vamos?

Desde hace varios días quería regresar a este, mi querido y un tanto abandonado blog, en el que narro lo cotidiano de la vida desde mi humilde perspectiva. Un poquito de mi día a día para también generar reflexión.

Hoy presencié una escena que me dejó pensando en el futuro de nuestra sociedad: el niño que mueve masas invitando a sus amiguitos a gritarles groserías a los hinchas del equipo “contrario” que se dirigen al estadio a ver jugar a su poderoso, escudados en la malla de una unidad residencial y corriendo cual delincuentes cuando reciben respuesta de los airosos hinchas que cantan arengas camino al estadio. 

domingo, 30 de marzo de 2014

El incomprendido placer de la verdadera independencia


Vivo sola hace dos años.  Me muevo sola por el mundo, sin nadie quien controle mis pasos hace 17. Esa primera sensación de soledad fue muy difícil porque no fue buscada, fue obligada luego de la muerte de mis padres en un accidente de tránsito. Tenía 23 años.
En ese momento no era tan consciente del gusto que generaba para mí la independencia, pero no esa que te inculcan de chiquito, de hacer las cosas por uno mismo sin depender del otro aunque sí de los padres; no esa que muchos creen que tienen, pero ni se acercan. Hablo de la verdadera independencia, esa que permite moverte a tu antojo por el mundo sin apegos, ni siquiera apego hacia uno mismo, es un desapego completo que te permite ser tú mismo sin miedos.    Seguir leyendo...

domingo, 20 de octubre de 2013

El otro lado de este bello oficio


Trabajando para la web de El Colombiano.
“Ojalá descanses un poco el cuerpo y la mente de toda esta tragedia”, con esas palabras, dichas por mi hermana, comienzo este texto que necesito escribir para hacer catarsis de lo que significa trabajar como periodista en una catástrofe, en un hecho noticioso tan negativo y triste en el que uno debe dejar de lado los sentimientos y emociones y tiene que centrarse en el quehacer de nuestra profesión: informar.