Desde hace varios días quería
regresar a este, mi querido y un tanto abandonado blog, en el que narro lo cotidiano de la vida desde mi humilde perspectiva. Un poquito de mi día a día para también generar reflexión.
Hoy presencié una escena que me
dejó pensando en el futuro de nuestra sociedad: el niño que mueve masas
invitando a sus amiguitos a gritarles groserías a los hinchas del equipo
“contrario” que se dirigen al estadio a ver jugar a su poderoso, escudados en la
malla de una unidad residencial y corriendo cual delincuentes cuando reciben respuesta
de los airosos hinchas que cantan arengas camino al estadio.
¿Qué tan guapo es un niño que es
capaz de insultar a otro, simplemente porque es hincha de otro equipo?
¿Qué tan gallinas son los niños
que no quisieron participar en la sarta de desprecios y malas palabras hacia
los demás?
¿Dónde están los padres de ese
niño y de los que quisieron participar en el juego de insultar y retar a los
hinchas?
Esas preguntas pasaron por mi
cabeza en medio de la escena. Algunos pensarán que son juegos y maldades infantiles, con todo respeto, yo no soy capaz de verlo así.
Pienso en esa manera en la que
erróneamente fuimos educados, gran parte de los colombianos (quiero creer que
hace parte de una cuestión cultural) y no se cuántos más en América Latina. Esa
forma de pasar por encima de los demás, porque “la gente da papaya”, oía en
mi infancia, o “el vivo vive del bobo y el bobo de la mamá”, también escuché
decir.
Ser respetuoso, honesto, seguidor
de las normas, ¿es ser bobo?, eso amerita que los demás pasen por encima por
que ¿para qué dio papaya?.
Luego leo en Facebook la queja de
una amiga ante lo irrespetuosos que se convierten algunos pasajeros del metro
que se paran como dueños de la puerta y no piensan en que hay personas que
necesitan salir, por ejemplo, y con toda su humanidad entran sin importarles si
empujan, golpean o molestan a los demás.
Veo la escena de quien con un
alarde equívoco de poder, increpa a otra persona con tono amenazante y retador para imponer su hombría y opinión.
Escucho la queja del irrespeto de tantas personas a la hora de manejar un carro, tomar un taxi, montarse a un bus o algo tan simple como compartir el espacio público.
Escucho la queja del irrespeto de tantas personas a la hora de manejar un carro, tomar un taxi, montarse a un bus o algo tan simple como compartir el espacio público.
Leo los comentarios en Internet
de tanta gente que olvido por completo lo que significa la palabra respeto, por
el otro, sus opiniones, las diferencias, su orientación sexual y hasta su trabajo.
Cierro los ojos por un momento
para tratar de entender en qué momento esto se volvió inmanejable, en qué
instante se dejó de inculcar tolerancia y cortesía, en qué época nos enseñaron que en la vida ante cualquier obstáculo, brinque, así eso implique pisotear al otro.
Un historiador, sociólogo y hasta
un psicólogo me podrán ayudar porque yo no tengo la respuesta.
A mi también me enseñaron a ser
viva, o como decía mi mamá, “a no ser boba”, pero a la vez aprendí respeto, era
como una dualidad en la educación familiar más por el miedo de mis padres a que
los demás se aprovecharan de su “niña” y le hicieran daño. Pero realmente mi
aprendizaje fue más de buenos modales, respeto a los espacios de los demás (eso
incluye las filas y ese afán casi histérico de no hacerlas), entendimiento de
las diferencias y respeto de las opiniones ajenas, pero siempre con el fatídico
remate: “no se la deje montar”.
Para quienes estas palabras son
sinónimo de reflexión personal solo quiero concluir: podemos ser exitosos sin
necesidad de pasar por encima de los demás, se vive más tranquilo y hasta más
sano sin el afán de anteponer nuestros intereses al de los otros y logramos ser más felices cuando
entendemos que respetar va más allá de un saludo cordial o un simple silencio.
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