sábado, 18 de octubre de 2014

¿Para dónde vamos?

Desde hace varios días quería regresar a este, mi querido y un tanto abandonado blog, en el que narro lo cotidiano de la vida desde mi humilde perspectiva. Un poquito de mi día a día para también generar reflexión.

Hoy presencié una escena que me dejó pensando en el futuro de nuestra sociedad: el niño que mueve masas invitando a sus amiguitos a gritarles groserías a los hinchas del equipo “contrario” que se dirigen al estadio a ver jugar a su poderoso, escudados en la malla de una unidad residencial y corriendo cual delincuentes cuando reciben respuesta de los airosos hinchas que cantan arengas camino al estadio. 
Cuando uno de los pequeños le grita airoso al niño en cuestión: “No seas estúpido, eso no se hace”, el pequeño se queda en la malla esperando más hinchas y gritándole al niño que criticó su acción: “yo no soy gallina, yo soy capaz de gritarles, yo soy más guapo que ustedes”…

¿Qué tan guapo es un niño que es capaz de insultar a otro, simplemente porque es hincha de otro equipo?

¿Qué tan gallinas son los niños que no quisieron participar en la sarta de desprecios y malas palabras hacia los demás?

¿Dónde están los padres de ese niño y de los que quisieron participar en el juego de insultar y retar a los hinchas?

Esas preguntas pasaron por mi cabeza en medio de la escena. Algunos pensarán que son juegos y maldades infantiles, con todo respeto, yo no soy capaz de verlo así.

Pienso en esa manera en la que erróneamente fuimos educados, gran parte de los colombianos (quiero creer que hace parte de una cuestión cultural) y no se cuántos más en América Latina. Esa forma de pasar por encima de los demás, porque “la gente da papaya”, oía en mi infancia, o “el vivo vive del bobo y el bobo de la mamá”, también escuché decir.

Ser respetuoso, honesto, seguidor de las normas, ¿es ser bobo?, eso amerita que los demás pasen por encima por que ¿para qué dio papaya?.

Luego leo en Facebook la queja de una amiga ante lo irrespetuosos que se convierten algunos pasajeros del metro que se paran como dueños de la puerta y no piensan en que hay personas que necesitan salir, por ejemplo, y con toda su humanidad entran sin importarles si empujan, golpean o molestan a los demás.

Veo la escena de quien con un alarde equívoco de poder, increpa a otra persona con tono amenazante y retador para imponer su hombría y opinión.

Escucho la queja del irrespeto de tantas personas a la hora de manejar un carro, tomar un taxi, montarse a un bus o algo tan simple como compartir el espacio público.

Leo los comentarios en Internet de tanta gente que olvido por completo lo que significa la palabra respeto, por el otro, sus opiniones, las diferencias, su orientación sexual y hasta su trabajo.

Cierro los ojos por un momento para tratar de entender en qué momento esto se volvió inmanejable, en qué instante se dejó de inculcar tolerancia y cortesía, en qué época nos enseñaron que en la vida ante cualquier obstáculo, brinque, así eso implique pisotear al otro.

Un historiador, sociólogo y hasta un psicólogo me podrán ayudar porque yo no tengo la respuesta.

A mi también me enseñaron a ser viva, o como decía mi mamá, “a no ser boba”, pero a la vez aprendí respeto, era como una dualidad en la educación familiar más por el miedo de mis padres a que los demás se aprovecharan de su “niña” y le hicieran daño. Pero realmente mi aprendizaje fue más de buenos modales, respeto a los espacios de los demás (eso incluye las filas y ese afán casi histérico de no hacerlas), entendimiento de las diferencias y respeto de las opiniones ajenas, pero siempre con el fatídico remate: “no se la deje montar”.

Para quienes estas palabras son sinónimo de reflexión personal solo quiero concluir: podemos ser exitosos sin necesidad de pasar por encima de los demás, se vive más tranquilo y hasta más sano sin el afán de anteponer nuestros intereses al de los otros y  logramos ser más felices cuando entendemos que respetar va más allá de un saludo cordial o un simple silencio. 

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