La familia completa. Año 1979 |
Introducción
Los cambios en la vida son necesarios, salir de la zona de
confort en que tantas veces nos anquilosamos y mover la energía, mover el
espacio, cambiar sin miedo es reconfortante.
A mí los cambios no me asustan. Nunca lo hicieron. Pero
cuando se vive un episodio que modifica tu existencia y su rumbo de manera
absoluta, de esos que te parten la vida en dos: un antes y un después, reconsideras el significado de
cambio y dejas de entenderle los beneficios y más aún cuando te hacen llorar,
cuando te hacen sufrir.
Quienes llegaron recién después de 1998 la conocen a medias
y han llevado a mi lado, muchos sin saberlo, un proceso de duelo intenso,
transversal, doloroso y muy lento.
El escrito original de esta historia se originó en septiembre de 2011 gracias a un
naciente blog, al observar mi entorno y darme cuenta de tantas quejas
insignificantes que escuchaba a diario. La actualización que hago, cuatro años
después (diciembre de 2015), tiene mucho del gusto por la escritura que se ha cosechado en mi nuevo
trabajo como periodista para un medio escrito. Era solo pulir, darle otros
matices a mi historia personal, a mi relato de vida, ese que me partió la vida
en dos y que cambió mi presente y mi futuro en un segundo.
El hecho
Mi vida era como cualquier otra. Estudiante universitaria
con miles de sueños por delante. Trabajaba en RCN Radio. Un núcleo familiar
maravilloso pero pequeño: papá, mamá y
hermana menor. En el año 1996 vino a Colombia una amiga boricua que había hecho
gracias a las cartas, de esas amigas por correspondencia que promocionaban las
revistas juveniles Tú y Coqueta. Gracias a su visita a Colombia me
correspondía el turno de conocer La Isla del Encanto. El viaje fue planeado con
mi familia, aún sabiendo que no había los recursos para viajar los cuatro, pero
todos ayudaron a planear el viaje de mi vida. Llegó la oportunidad de irme de
vacaciones al exterior, mi primer viaje afuera y mi primer viaje sola. Recién
había cumplido 23 años.
Me embarcaron mis padres un día de noviembre de 1997, ellos
estaban felices, su hija mayor cumplía un sueño colectivo: viajar, conocer el
mundo. Me despedí de ellos emocionada por la aventura y sin llegarme a imaginar
que esa imagen, esa despedida sería un adiós para siempre.
Mi viaje a Puerto Rico fue soñado. Elsie Yadira y su familia
me recibieron y adoptaron como una más. Allá llevaba los apellidos Jiménez
Galarza. La acogida de ella, sus dos hermanas y sus padres fue quizá un apoyo para lo que venía. En esa
época Internet y los correos electrónicos apenas hacían su arribo y los
celulares eran escasos, caros y de un tamaño monumental, así que la
comunicación con mis padres fue de teléfono fijo a teléfono fijo, y sólo dos
ocasiones: para avisar que había llegado y para avisar que ya el paseo
terminaba y coordinar el regreso.
Fueron 12 o 13 días, no lo recuerdo con precisión, para
conocer un país que amo y que me dio todo el soporte para los días de angustia
que sin saberlo se acercaban a mi vida.
La vida te cambia en un segundo y nadie está preparado para
ello, así yo escriba este relato con el fin de que quien lea, lo asimile.
A mi regreso, esa fecha sí la recuerdo muy bien, el 2 de
diciembre de 1997, mis padres me esperaban en el aeropuerto; al menos eso fue
lo acordado telefónicamente. Recuerdo esa llamada como si fuera ayer y trato de
que el sonido de esas voces no se borre de mi memoria inmediata, es difícil
porque llevo muchos años sin escucharlas. Hago mi mejor esfuerzo.
En el avión me embargó una sensación de miedo, una angustia
que me hacía pensar que la aeronave se iba a caer e iba a morir, no se cómo
explicarlo. Llegué a pensar, incluso que no había alcanzado a despedirme de mis
padres y que conociéndolos como los conocía iban a sufrir mucho con la muerte
una de sus hijas.
Esa sensación se calmó cuando el salsero cubano Rey Ruiz se
montó en el mismo avión. En ese momento pensé, "Rey Ruiz está muy joven,
no creo que se vaya a caer este avión con él, ¿será que entonces no se caerá
este avión?". Debo reconocer que su presencia me tranquilizó y que el
viaje hacia Bogotá pasó sin contratiempos. También admito que recé todo lo que sabía,
tenía miedo de morir tan joven, sentía que me faltaba mucho por vivir.
Me despedí del cantante en el aeropuerto El Dorado, de
Bogotá; yo seguía para Medellín, él para Cali, a cantar. La sensación de que el
avión se caería continuó, mi pensamiento era "no me maté en el vuelo San
Juan-Bogotá, cómo va a ser que ocurra en el trayecto Bogotá - Medellín?".
Yo venía con angustia en el corazón y no sabía lo que me iba a encontrar. El
vuelo estuvo lleno de turbulencias.
Al aterrizar al José
María Córdova, de Rionegro, tuve una sensación sublime. Una tranquilidad
pasmosa que terminó pronto cuando me vi sola.
Los pasajeros fueron dirigiéndose a sus destinos y ni rastro o huella de
quienes me esperaban, pensé, por un momento que era una broma, mi padre era chistorete,
bromista y contento y no era raro que decidiera esconderse. Lastimosamente, no fue así.
Sola y tiritando de frío a las 9:30 de la noche, en plena
salida del aeropuerto, escuché a unos taxistas hablar del aparatoso accidente de
una buseta que había ocurrido horas atrás y de cómo la señora que habían sacado
estaba casi muerta.
Mi mente no alcanzó a procesar la información y lo primero
que pensé era que mi madre había muerto y empecé a llorar inconsolablemente
como una niña. Yo sabía que ellos saldrían temprano para llegar a caminar por
el aeropuerto mientras llegaba mi vuelo; yo sabía que iban en buseta porque no
habían conseguido a nadie que los llevara, yo sabía que tenían que estar ahí y
no estaban.
En ese momento de angustia y de preguntarme cuestiones tan
impensables, un ángel apareció. Un taxista se percató de mis sollozos, de mi
palidez y me preguntó por qué pensaba que esa señora podía ser mi mamá.
Le expliqué, con detenimiento y tratando de calmar mi
tormento, que hacía una hora había llegado y ellos, mis padres, se suponía
debían estar en el aeropuerto y que habían subido en buseta. Ese ángel fue mi
guía, yo no tenía razón, ni cerebro, ni cabeza fría para pensar.
Se apersonó del caso y me llevó a una oficina de
Aerorepública, una aerolínea de la época. La joven de la oficina llamó al
Hospital de Rionegro y allí corroboraron que los heridos del accidente estaban
allá.
Ella me puso en la línea mientras me observaba detenidamente
junto con el taxista, con los ojos tan abiertos y unas caras de miedo que me
asustaban aún más a mí.
Quien me habló desde el hospital me preguntó mi nombre, el
de mis padres, se fue dos minutos, luego volvió. De ahí el interrogatorio: “¿Usted
qué es del señor Hugo?, ¿me repite el nombre de su mamá?”, se iba y regresaba
nuevamente, “¿usted dónde está?, ¿está acompañada?”, seguían las preguntas.
Lo primero que me dijo quien estaba al otro lado de la línea
era que la señora que había muerto en el accidente no se llamaba como mi mamá.
Respiré tan profundamente e hice una cara de alivio que contagió a quienes me
observaban con detenimiento. “No es mi mamá”, les dije. (Después me enteré que
la señora que falleció era de Bogotá, casada y con tres hijos. En ocasiones pienso
en ellos y siempre he deseado que estén bien).
Pero, un momento, “hay un señor que acaba de morir y tiene
los documentos del señor que usted está buscando”, me dijo la voz masculina
telefónicamente.
Mente en blanco, taco en la garganta, taquicardia.
Mi maleta se quedó en la oficina de la aerolínea, mi ángel
taxista me llevó al hospital. En el camino lloré a cantaros, pensaba en mi
padre, un hombre de 56 años, con una excelente salud y de una alegría desbordante
al que no volvería a ver, vivo.
Al llegar al hospital me tocó reconocer su cuerpo. Nada
agradable para una joven que acababa de llegar de sus mejores vacaciones. Las emociones se revolcaron internamente
cuando el médico levantó la sabana hospitalaria para el reconocimiento del
cadáver. Al principio dije que no era, alguien gritó de alegría y se sintió
como un eco, “no es”, creo que fue el taxista, no estoy segura.
Otra enfermera se acercó con su billetera, su reloj. Todos
me miraban perplejos. Pedí que le quitaran toda la sábana, no solo la cara. Después
de observar con detenimiento reconocí su ropa interior, sus piernas de
ciclista, sus cicatrices. Era mi papá, no había duda.
La primera vez dije no, acompañada de un sentimiento de negación
y de una deformidad que había quedado en su rostro a causa del golpe en la
cabeza por el accidente. Hugo era muy delgado, ver a un hombre con papada y
cachetes que nunca tuvo me desconcertó. Pero ya no había nada que hacer, era mi papá y ahí estaba: muerto.
Me desplomé en una silla a llorar ante la mirada de tristeza
de quienes estaban conmigo. Unas tres personas recuerdo, no sé quiénes, no
reconocería sus caras hoy.
En un momento de lucidez, en medio de la tristeza profunda
que me embargaba llegó una incertidumbre más: ¿Dónde estaba mi mamá?
En mi actitud de machito, esa que mi abuela siempre ha dicho
que tengo, le exigí al médico la verdad. Para mí era inaudito que me mintiera con
relación al estado de salud de mi madre.
Beatriz, de 49 años,
había sido trasladada al otro centro asistencial de Rionegro. Tenía
heridas muy graves en su pecho y su abdomen que requirieron de una cirugía
urgente, además del mismo golpe en la cabeza de mi padre, aunque más leve.
Me entregaron su ropa, rasgada, llena de sangre. La rechacé.
Tenía un buso beige que me encantaba, me la imaginé con el puesto. Volví en sí,
me entregaron sus joyas y unos billetes doblados: “Los tenía en un bolsillo
secreto en el pantalón”, me explicó la enfermera.
Antes de irme al otro hospital llamé a quien pude, eran las
10:30 de la noche, no había celulares, todo por fijo, en el hospital me
prestaron un teléfono. Mi hermana no había llegado a casa. Llamé a mi abuela,
la mamá de Beatriz. A la hermana de mi papá. La primera contestó, la segunda
tenía el teléfono descolgado, era su costumbre. Sabía que se iba a enterar al
otro día de que su único hermano ya no estaría con ella, acompañándola, siendo
su soporte.
Como mi hermana no contestaba llamé a los vecinos, a la
familia Díaz. Era tarde, no era bien visto llamar a esa hora, pero ante
noticias así no había nada que hacer. Liliana Díaz, la hija de la familia me
contestó. Mis palabras fueron supremamente frías:
– Pásame a tu papá
– Está dormido
– Creo que lo debes levantar,
mi papá está muerto.
Benjamín no entendía, pasó al teléfono asustado, no le di detalles,
simplemente le dije dónde estaba y que necesitaba que estuviera con mi hermana
cuando yo le diera la noticia. Él quería subir a acompañarme, no se lo permití.
Ya mi abuela y la hermana mayor de mi mamá iban camino al hospital. Yo estaba más preocupada por
la reacción de mi hermana y no quería que recibiera la noticia sola en casa.
El ángel nuevamente apareció, me llevó al otro hospital. No
recuerdo su nombre, a duras penas recuerdo su cara, era de noche. Pero jamás olvidaré
todo lo que hizo por mí y las palabras que me decía mientras nos dirigíamos a
cualquiera de los hospitales: “yo sé lo que siente niña, mi papá se murió hace dos
meses, yo sé lo que siente, llore tranquila, desahóguese”. Cuando nos despedimos mi mamá estaba viva.
Seguro rezó para que siguiera así. Se fue, quedé completamente sola.
Eran ya las 11 de la noche, yo tiritaba de frío, El hospital
estaba muy solo, la neblina ayudaba mucho a generar un ambiente sombrío, yo parecía
un ente que se movía de un lado a otro, no sabía qué mas hacer. Allí me dejaron
ver a mi mamá en cuidados intensivos. No quiero describir el desastre que vi. También
me levantaron sabana y cobija, para explicarme la operación, las heridas. Vi un
caos, moretones, sangre, tubos conectados. Tanta fue mi desesperanza que me
despedí de mi madre. No supe qué más decir, solo despedirme y darle las
gracias. Conmigo permaneció un enfermero que no entendía mi posición y limpiaba sus lágrimas. Mi despedida fue sentida,
llena de agradecimiento. Primero le conté que papá ya no estaba, que ella
seguro ya sabía. Me demoré 20 minutos, entre llantos y sollozos para coordinar
mis palabras y decirle que si tenía que partir que se fuera tranquila, que si
tenía que seguir a mi padre que lo hiciera. Si alguien me pregunta ahora por qué
dije lo que dije, no tengo respuesta. No lo sé. Nació del alma, era una
sensación indecible.
Recogí, como pude, monedas para llamar de un teléfono
público. Tenía que averiguar por mi hermana.
Se enteró en medio de una romería de vecinos que estaban en la puerta
del bloque donde vivíamos. Todos tristes por la muerte de mi padre y esperando
su llegada. Benjamín le dio la noticia, no había como llamarme, solo sabían que
mi papá estaba muerto, ninguna noticia de mi mamá, tenían que esperar.
Su catarsis además de llorar fue, con libreta telefónica en
mano, llamar a cuanto número encontraba y recitar como poesía aprendida el
hecho, para después colgar y no dar más explicaciones. Eso me lo contaron mis
amigas del colegio que recibieron la llamada, tarde en la noche, y que no
pudieron preguntar nada. Al devolver la llamada nadie contestaba en nuestro apartamento. Mi
hermana reaccionó así pero desde la casa del vecino. No quería permanecer sola. Subió al apartamento lo más rápido que pudo, vivíamos en un tercer piso.
Pidió que la acompañaran, para coger la libreta de teléfonos y sacar a Daysy,
la poodle de la familia y quien temblaba, según me contaron luego Óscar Gómez y Rocío Saldarriaga, dos grandes amigos de mis padres, también vecinos. Don Óscar recibió a la
perrita mientras pasaba todo. Daysy ni durmió ni se calmó, tembló toda la
noche en sus piernas.
Daysy era muy apegada a ellos. Aquí con mi madre. |
Benjamín quería subir con mi hermana a Rionegro. No era necesario
porque ya la familia de mi mamá estaba en camino: mi abuela y mi tía iban acompañadas de dos primos más (sobrinos de mi mamá). Mi mamá estaba tan grave que no le era
permitido a nadie más verla. El médico fue claro: "si no avanza después de la operación, no hay nada que hacer, solo esperar". Yo le pedí esa claridad. Papá ya estaba en medicina legal. En el
transcurso de la noche llamé dos o tres veces. Mi hermana se quedó en casa del
vecino esperando mi fatídica llamada, yo ya le había explicado que si mamá
vivía era un milagro, que estaba muy mal.
Eran ya las 12 de la noche.
Mi abuela rezaba, mis primos caminaban de un lado a otro, mi
tía lloraba y como pudo se metió a la habitación. La vio, tan mal como yo la
vi, pero le pidió que luchara. No había caso, el cuerpo estaba en muy mal estado,
hubo que quitar medio pulmón, tenía el abdomen y sus órganos muy dañados,
además del golpe en la cabeza que le hinchó medio lado de la cara.
Seis horas duró la espera, seis horas después murió mi mamá.
Ya era 3 de diciembre, 6 de la mañana. A esa hora entendió que, a pesar de
luchar por vivir no iba a ser posible tener una vida normal. Entendió que el
amor de su vida ya no estaba y que sin él no sabría si podía seguir viviendo.
(Ya había dicho, en conversaciones con sus amigas, que si mi papá moría primero
ella no sabría cómo seguir viviendo. Eran almas gemelas). Entendió que nosotras
podríamos seguir sin ella, que ya ella había hecho lo correcto.
Eso lo entendió ella, nosotros en ese momento, no. A pesar
de haberle dicho que se fuera tranquila, yo no tenía ni idea de cómo seguir la
vida sin ella, sin ellos.
Su decisión, o ese destino que a cada quien corresponde, se
asimiló muy lentamente, tomó tiempo, mucho tiempo.
Eso de que un duelo dura dos años es vil mentira, esos
dolores del alma no se pueden medir en minutos, horas, días, meses o años.
Lo primero que concluimos mi hermana y yo era que teníamos
que estar felices porque hicimos siempre
lo correcto, fuimos muy buenas hijas, les dimos más alegrías que tristezas y estamos
seguras de que hoy estarían levantando pecho, ambos, por lo que hemos logrado a
pesar de su ausencia. No tuvimos remordimiento de nada, siempre fuimos un
ejemplo del que ellos se sentían orgullosos y eso, ayudó un poco a lo que
sobrevenía.
El duelo ha sido pesado, muy lento y medio loco: tuvimos
terapias, sicológicas, bioenergéticas, nos quedamos con la sintergética, Beatriz Rojas, ella nos
ayudó a curar el dolor desde adentro, pero fue sosegado. Han sido muchas las
lágrimas en los ojos que he derramado y que sigo derramando, hay momentos en
que la tristeza se me nota, no hay remedio. Pero si alguien me pregunta hoy si
soy feliz, la repuesta es SÍ.
Nunca tuve la oportunidad de agradecer a mi ángel taxista,
se esfumó, a lo mejor sí se despidió y ni cuenta me di. Si alguien lo conoce,
díganle que para él va mi eterno agradecimiento por haberme dado su mano en ese
momento tan trágico. Es la reivindicación de que aún existe la bondad y la
compasión en el mundo. Fue mi faro, mi luz en el momento en que más necesitaba
de alguien.
La muerte para mí ya es otra cosa, entendí que era lo único
certero en la vida y que si no aprovecho cada minuto se me va la vida sin
pensarlo dos veces.
Entendí que nadie nos enseña a aceptar la muerte y así nos
enseñen es muy difícil hacerlo. Tenemos que aprender y por eso también escribo
esta historia, para que muchos entiendan que ese ser querido que tienen al
lado, a la vuelta de la esquina, en otra ciudad, o en otro país se puede ir
para siempre de este mundo material en el próximo minuto.
Sí, es que en un minuto nos cambia la vida y pareciera que
no lo hemos comprendido.
En medio de mis terapias de recuperación aparecieron, y
gracias al periodismo, casos extremos que me sirvieron para darme cuenta de que
hay gente que ha pasado por peores historias de vida y aún así son felices. En
el camino me he encontrado con historias más pesadas y más duras que me han
dado cachetadas de entendimiento.
Y esa es una de las motivaciones de este escrito: quienes sientan
que su vida está desolada, perdida, sin motivación, traten de avanzar de la
mejor manera y buscar la felicidad, la tranquilidad en su espíritu. Yo lo hice,
mi hermana lo hizo, ambas logramos salir del abismo de una perdida tan
traumática, conseguir nuestros sueños, sonreír de nuevo y dar gracias a la vida
por todo.
Amen con intensidad, dejen de quejarse tanto, hagan el bien,
no desgasten sus neuronas y hormonas en desearle el mal al otro o hacerle daño
al otro, no vale la pena; busquen en el silencio las respuestas que en el
bullicio, obviamente, no encontrarán. Cuidado con las palabras, hacemos mucho
daño con ellas y a veces ni nos damos cuenta. No pisoteen a los demás, no hagan
de sus entornos un mar de odios, rechazos y malas energías por cuenta de
comportamientos hostiles, ególatras y presuntuosos. No sufran ni se preocupen tanto
por insignificancias, disfruten cada segundo y no hagan cosas de las que luego
se puedan arrepentir porque así como a mí, a usted, en un minuto, le puede
cambiar la vida.
Qué afortunada por ese ángel! Muy buen escrito y muy interesante seguir leyendo! Es definitivamente una terapia, como dices, para desahogarse!
ResponderEliminarQue bien Claudilla.... te felicito por tu blog, fue impresionante todo esto... me acuerdo muy bien... Cata y tú fueron y siguen siendo unas berracas!!!!
ResponderEliminarClaudia, no llorar al leer este, que para mi es un relato impresionante, en mi hogar, somos precisamente dos hijas, tengo a mis padres vivos y los amo con todo mi ser, más allá de mi misma, no alcanzo a dimensionar lo que se puede sentir...Gracias, porque con tu testimonio, a pesar de despertar en mi una gran tristeza, nos abres los ojos a una realidad que tarde que temprano tendremos que enfrentar con algún ser que amamos. Tienes razón, lo importante es, mientras vivan, darles lo mejor. Que Dios te bendiga mi niña fuerte y valiente. Conozco tu sonrisa y nunca imagine que detrás de esa sonrisa y esa gran amabilidad pudiese existir esta tremenda historia.
ResponderEliminarCatalina Murillo Urrego
ktamurillo@gmail.com
catalina.murillo@agenciastm.com
Clau,,, llore, pero bueno lo importante es que salieron adelante y que tienen tu y tu hermana dos angeles que las cuidan ya te lo había dicho... Un abrazo y felicitaciones x el blog
ResponderEliminarClaudia Milena Gaviria
Claudia, yo conocí la historia de lejos: el accidente, que llegabas de viaje esa noche y que tu hermanita y tú se quedaron solas repentinamente.
ResponderEliminarLeer los detalles me partió el alma. Admiro la fortaleza de ustedes dos para sobreponerse al dolor y a la ausencia, y estoy segura de que no solo tus padres se sienten orgullosos.
Lo bueno es que Dios siempre nos demuestra que, aún en los peores momentos, no estamos solos y te envió ese ángel mientras llegaban los tuyos.
Un abrazo.
Olga C. Jiménez
Claudia, eres ejemplo de vida, eres ejemplo de Superación, eres ejemplo de Berraquera......No sabes lo orgullosa que me siento al saber que te conozco.....Un abrazo.
ResponderEliminarASTRID E. VALDERRAMA
Admiración eterna!
ResponderEliminarClao...
ResponderEliminarMe partiste el corazón, me tocaste la herida que yo también llevo por la muerte de mi papá. Ya han pasado 8 años, y todavía no es fácil. Hay días más duros que otros, pero igual la ausencia se siente. Un abrazo y sigue adelante… Qué entereza la tuya.
Caro E
Claudilla. Hace muchos años me contaste esta historia y siempre te tengo muy presente cada vez que oro por mis padres y recuerdo que los tuyos se han marchado y lo hicieron de esa manera tan dolorosa.
ResponderEliminarHoy, al leer este documento, lloré y volví a orar por ti.
Eres una chica valiente, Dios te seguirá acompañando.
Te mando un abrazo.
Martha Cecilia Caballero Jerez
Claudia, qué te puedo decir, ya conocía la historia, pero no escrita, por alguna razón me parece más dolorosa ahora cuando la leo que cuando la conocí porque me contaste, pero al mismo tiempo la siento más esperanzadora y con una lección que vale la pena tener en cuenta. Un abrazo grande y muchas gracias porque de verdad que lo pone a uno a pensar.
ResponderEliminarAdriana Yepes.
Son el reflejo de los padres maravillosos que les dieron la vida...Dios los bendiga. Y gracias por compartir tu sentir.
ResponderEliminarFinalmente te leí Claudia. Imposible no llorar , solo me resta decirte que te respeto y admiro como como la gran profesional que eres, pero sin duda como ser humano eres de otra liga. Valiente mujer con un corazón demasiado azucarado, gracias por ofrecernos con tu historia tantas reflexiones.Gracias Clau.
ResponderEliminarImposible no llorar con este post, gracias por hacernos reflexionar y recordarnos que todo lo maravilloso que nos rodea debemos agradecerlo y disfrutarlo como si fuera el último día. Un abrazo y mil gracias
ResponderEliminarImposible no llorar con este post, gracias por hacernos reflexionar y recordarnos que todo lo maravilloso que nos rodea debemos agradecerlo y disfrutarlo como si fuera el último día. Un abrazo y mil gracias
ResponderEliminarGracias por compartir tu historia de vida. Yo creo que a partir de ella se pueden hacer muchas reflexiones, reflexiones a las que tú invitas al concluir, como que independientemente de cómo seamos, no nos dejemos llenar la cabeza de insignificancia pues el amor siempre debe ser más fuerte para permitir olvidar los pormenores qué tiene el hecho de ser humanos. Lograste arrancarme unas lágrimas. No es lo mismo cuando a uno le cuentan sobre la historia de ustedes dos y que eso a uno le genere admiración que cuando tiene la oportunidad de leerla, especialmente por los detalles, porque a través de ellos uno se imagina todo el dolor, la frustración, la tristeza, el desconsuelo; pero mucho más, la determinación. ¡Qué berraquera de chicas son ustedes! las felicito y pienso que el universo es sabio de alguna manera eso tenía que suceder.
ResponderEliminarClaudia te vi en televid y de inmediato busqué tu blok sin importar que fueran las dos de la madrugada. Tu historia tocó mucho mi vida porque hace menos de un año asesinaron dos de mis sobrinos hermanos y esa escena de dos ataúdes en una sala de velación es muy devastadora
ResponderEliminarAgradezco tu valentía y te felicito por darnos tanto valor.
Claudia te vi en televid y de inmediato busqué tu blok sin importar que fueran las dos de la madrugada. Tu historia tocó mucho mi vida porque hace menos de un año asesinaron dos de mis sobrinos hermanos y esa escena de dos ataúdes en una sala de velación es muy devastadora
ResponderEliminarAgradezco tu valentía y te felicito por darnos tanto valor.
Claudia que historia tan triste, como nos contaste este fin de semana en la finca de tu primo,no podia dejar de leerla,no pude evitar llorar,nos deja el mensaje mas grande de fortaleza y de valentia ante episodios tan duros como los que vivieron tu y tu hermana, en ese diciembre tan triste,lo bueno es que te sentimos muy bien y siempre estaremos contigo,cuando quieras, te queremos un monton!!!
ResponderEliminarMi admiración total!! Fuerte abrazo!!
ResponderEliminarClau...Mi admiración total!! Traer recuerdos tan duros que los ha matizado de una forma tan bella.... con el paso de los días he sido testigo de tu lucha y de tus logros . Adelante que te esperan muchas cosas bellas, que todo lo bueno te abrace y se quede contigo...lo demás que siga de largo!!
ResponderEliminarCoincidimos en la manera en que observas y enfrentas la vida. Una durísima experiencia para una jovencita y reconstruirse después de algo así debió ser muy difícil se logra cuando se tiene templanza y fuerza mental. Veo en ti a una mujer dulce y bella que ha convertido las experiencias dolorosas en sabiduría y eso es digno de resaltarlo. escrisole@gmail.com
ResponderEliminarClaudia, es una historia estremecedora. Gracias por compartir ese momento tan íntimo y dramático. Y por dejar un mensaje valioso como aprendizaje que otros debemos aprovechar.
ResponderEliminarUf! Estoy sin palabras.
ResponderEliminarClau gracias por compartirnos esta historia de vida, que sin duda representa tu gran fuerza! te quiero y me quedo con esto: “ Y esa es una de las motivaciones de este escrito: quienes sientan que su vida está desolada, perdida, sin motivación, traten de avanzar de la mejor manera y buscar la felicidad, la tranquilidad en su espíritu. Yo lo hice, mi hermana lo hizo, ambas logramos salir del abismo de una perdida tan traumática, conseguir nuestros sueños, sonreír de nuevo y dar gracias a la vida por todo”.
ResponderEliminarAprecio , admiro tu valentía estoica , en realidad no tengo el gusto de conocerte , al leer tu artículo , estamos conectados desde toda una vida , la paciencia es amarga , pero los frutos son dulces , aplicar con sapiensa desnuda la cimiente del sacrificio , es edificar las maravillosas doctrinas del éxito. Mis respetos
ResponderEliminarSiempre las tengo en mi mente en esta fecha, nunca olvidaré esa llamada a las 6 de la mañana y escuchar esa noticia. Cata y tú son de admirar por lo valientes que fueron y tengo la certeza que los papás en cielo se sienten orgullosos de ustedes. Un abrazo muy grande, las quiero mucho.
ResponderEliminar