viernes, 13 de julio de 2012

Lecciones de Viaje N. 4


Bruselas


Gran Plaza de Bruselas
No quiero empezar a hablar de los países que he visitado de manera analítica, ni mucho menos compararlos con el mío: Colombia. Quiero hablar de asuntos que además de sorprenderme, sacaron una sonrisa o una expresión de asombro de mi rostro y aunque mi primer destino fue Paris, no tuve sino un día, que es muy poco como para escribir algo, no será el primero del que hable.  Dejaré a Paris y Lyon de último lugar dado que serán los dos últimos destinos de mi viaje y comenzaré hablando de Bruselas y  lo que sentí en general en tierras belgas.


Lo primero que hizo Bruselas al recibirme fue poner en la mesa un maravilloso plato de mejillones (moules en francés), no sabía yo que era uno de los platos típicos de este país y que el verano era plena temporada de mejillones. Trato de no olvidar el delicioso sabor que sentí y la particularidad al comerlo con otra concha de los propios mejillones y de disfrutar de la crema, estilo crema de leche, que con cebolla y apio, condimentaban el plato. En ese momento me dije: “esta Bruselas me traerá muchas delicias al paladar”, y no me equivoqué.

Lo segundo que enloqueció mi sentido del gusto fue probar la cerveza con sabor a cereza, la famosa Kriek, tan belga como los moules y que me fue servida en una copa particular, la copa de la marca, porque en Belgica, las más de 200 cervezas que existen se sirven cada una en una copa especial,  ahí comencé a indagar el porqué de la tradición cervecera y bueno, la historia es bien bella y particular: fue en los monasterios belgas, en los siglos VI y VII, en donde debían autoabastecerse y eso incluía  Producir cerveza. Sí señores, fueron los monjes los que comenzaron a hacer cerveza a la lata.

Además del plato de moules y la cerveza rosada, acompañaba el plato unas papitas a la francesa como nosotros las conocemos, la primera aclaración del día fue: “no son francesas, son belgas”, sí, el origen de estas mundiales papas se debate entre estos dos países.

Sigamos mi recorrido del paladar. Al caminar por las calles uno empieza a ver chocolatinas a borbotones, pero no cualquier chocolatina, la famosa y reconocida chocolatina belga, esa hecha sin tanta grasa, que se vende por kilo y que acompaña sin falta el hogar de los nacidos en este país, porque un belga y sus chocolates irán juntos hasta donde sea. Y  qué chocolate este belga: suave, gustoso, dulce en la medida exacta y sin exageraciones, enviciador, adictivo y único.

Pasando al lugar me encantó su historia, un país que en las épocas de guerra no tuvo tanta destrucción como Francia, por ejemplo, y que conserva muchas edificaciones impresionantes no solo en su estructura sino en su paisajismo. La Gran Plaza de Bruselas con un atardecer de 8 de la noche refleja en su fachada unos dorados únicos que son difíciles de percibir en otro lugar. Los sitios históricos como el Teatro de la Moneda, la iglesia de San Miguel, el parque cincuentenario y su arco y las galerías de la reina son lugares que me dejaron con la boca abierta y la emoción a flor de piel. En general la Bruselas de a pie, de conocer y fotografiar con calma hizo que mi comienzo del viaje europeo fuera alucinante.

Maneken Pis
El maneken pis me dio más risa que asombro pero la historia detrás de esta particular escultura que visten en el año de acuerdo a determinadas ocasiones y para celebrar cuanta cosa se les ocurra es bien bonita: la ciudad se salvó de un incendio gracias a un niño que apagó de esa forma, orinando, una mecha encendida. Dicen que el Maneken pis (niño que orina) está allí desde 1619. Muy particular.

En mí recorrido por Bruselas encontré algo que se ha hecho bien común en las demás ciudades visitadas: la solemnidad de las iglesias que contrasta con la poca asistencia de los europeos a las ceremonias religiosas. Pareciera que iglesias que datan de siglos muy lejanos se han convertido más en museos y lugares donde se aprecia la historia que en sitios donde profesar la fe cristiana. Independiente de esa apreciación me llamaron la atención los órganos inmensos que adornan estos lugares y a un arcángel San Miguel como patrono de más de una ciudad europea que puso en sus manos la protección de los pueblos en tiempos de guerra. Imponente la Iglesia de San Miguel en Bruselas, maravillada salí de tal edificación.

Gracias Bélgica por la maravillosa comida, por la arquitectura, por los paisajes y por los amigos colombianos que hicieron este recorrido único e irrepetible. Suena cliché pero poco me importa, los clichés en momentos sublimes salen del corazón y son tan validos como personales.

1 comentario:

  1. Maravilloso que compartas tus viajes de esta manera, me encantó leerte.

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