Bruselas
Gran Plaza de Bruselas |
No quiero empezar a hablar
de los países que he visitado de manera analítica, ni mucho menos compararlos
con el mío: Colombia. Quiero hablar de asuntos que además de sorprenderme,
sacaron una sonrisa o una expresión de asombro de mi rostro y aunque mi primer
destino fue Paris, no tuve sino un día, que es muy poco como para escribir
algo, no será el primero del que hable.
Dejaré a Paris y Lyon de último lugar dado que serán los dos últimos
destinos de mi viaje y comenzaré hablando de Bruselas y lo que sentí en general en tierras belgas.
Lo primero que hizo Bruselas
al recibirme fue poner en la mesa un maravilloso plato de mejillones (moules en
francés), no sabía yo que era uno de los platos típicos de este país y que el
verano era plena temporada de mejillones. Trato de no olvidar el delicioso
sabor que sentí y la particularidad al comerlo con otra concha de los propios
mejillones y de disfrutar de la crema, estilo crema de leche, que con cebolla y
apio, condimentaban el plato. En ese momento me dije: “esta Bruselas me traerá
muchas delicias al paladar”, y no me equivoqué.
Lo segundo que enloqueció mi
sentido del gusto fue probar la cerveza con sabor a cereza, la famosa Kriek,
tan belga como los moules y que me fue servida en una copa particular, la copa
de la marca, porque en Belgica, las más de 200 cervezas que existen se sirven
cada una en una copa especial, ahí
comencé a indagar el porqué de la tradición cervecera y bueno, la historia es
bien bella y particular: fue en los monasterios belgas, en los siglos VI y VII,
en donde debían autoabastecerse y eso incluía
Producir cerveza. Sí señores, fueron los monjes los que comenzaron a
hacer cerveza a la lata.
Además del plato de moules y
la cerveza rosada, acompañaba el plato unas papitas a la francesa como nosotros
las conocemos, la primera aclaración del día fue: “no son francesas, son
belgas”, sí, el origen de estas mundiales papas se debate entre estos dos
países.
Sigamos mi recorrido del
paladar. Al caminar por las calles uno empieza a ver chocolatinas a borbotones,
pero no cualquier chocolatina, la famosa y reconocida chocolatina belga, esa
hecha sin tanta grasa, que se vende por kilo y que acompaña sin falta el hogar
de los nacidos en este país, porque un belga y sus chocolates irán juntos hasta
donde sea. Y qué chocolate este belga:
suave, gustoso, dulce en la medida exacta y sin exageraciones, enviciador,
adictivo y único.
Pasando al lugar me encantó
su historia, un país que en las épocas de guerra no tuvo tanta destrucción como
Francia, por ejemplo, y que conserva muchas edificaciones impresionantes no
solo en su estructura sino en su paisajismo. La Gran Plaza de Bruselas con un
atardecer de 8 de la noche refleja en su fachada unos dorados únicos que son
difíciles de percibir en otro lugar. Los sitios históricos como el Teatro de la
Moneda, la iglesia de San Miguel, el parque cincuentenario y su arco y las
galerías de la reina son lugares que me dejaron con la boca abierta y la
emoción a flor de piel. En general la Bruselas de a pie, de conocer y
fotografiar con calma hizo que mi comienzo del viaje europeo fuera alucinante.
Maneken Pis |
El maneken pis me dio más
risa que asombro pero la historia detrás de esta particular escultura que
visten en el año de acuerdo a determinadas ocasiones y para celebrar cuanta
cosa se les ocurra es bien bonita: la ciudad se salvó de un incendio gracias a
un niño que apagó de esa forma, orinando, una mecha encendida. Dicen que el Maneken pis (niño que
orina) está allí desde 1619. Muy particular.
En mí recorrido por Bruselas
encontré algo que se ha hecho bien común en las demás ciudades visitadas: la
solemnidad de las iglesias que contrasta con la poca asistencia de los europeos
a las ceremonias religiosas. Pareciera que iglesias que datan de siglos muy
lejanos se han convertido más en museos y lugares donde se aprecia la historia
que en sitios donde profesar la fe cristiana. Independiente de esa apreciación
me llamaron la atención los órganos inmensos que adornan estos lugares y a un
arcángel San Miguel como patrono de más de una ciudad europea que puso en sus
manos la protección de los pueblos en tiempos de guerra. Imponente la Iglesia
de San Miguel en Bruselas, maravillada salí de tal edificación.
Gracias Bélgica por la
maravillosa comida, por la arquitectura, por los paisajes y por los amigos
colombianos que hicieron este recorrido único e irrepetible. Suena cliché pero
poco me importa, los clichés en momentos sublimes salen del corazón y son tan
validos como personales.
Maravilloso que compartas tus viajes de esta manera, me encantó leerte.
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