Soy un ser solitario que disfruta de la soledad en casa, del silencio y de incluso pasar días sin hablar con la gente, no es una conducta muy comprendida pero tampoco pretendo que lo sea.
No quiero decir con esto que no me guste la gente y que no me
encante disfrutar de una buena conversación y de un buen programa con amigos.
Todo lo contrario, también lo disfruto mucho.
En las vacaciones, en otro país y en otra cultura se despierta
mi lado conversador, preguntador y curioso.
En mis conversaciones con esas personas maravillosas que se
han cruzado en mi camino en este recorrido saco muchas conclusiones, trataré de
simplificarlas, no es fácil, han sido horas y horas de hablar y hablar y hablar
hasta que los ojos ya no pueden más y se deben cerrar.
Un punto con el que quisiera empezar es el daño que nos ha hecho
la mentalidad colombiana; soy feliz de mis orígenes y amo mi tierra con el
alma, pero el colombiano debe evolucionar y no quedarse con regionalismos
pendejos que nos hacen más daño que bien, no tenemos el mejor sistema de
transporte, no tenemos la mejor educación, no tenemos las mejores personas, no,
tenemos muchas cosas buenas pero no somos los mejores y eso no lo reconocemos y
no quiero decir con esto que los europeos sean mejores, no, la conclusión que
saco es que finalmente somos tan pero tan humanos que tenemos más similitudes
que diferencias.
Vivimos con diferentes historias, convivimos con diferentes
realidades, cargamos el peso de diferentes revoluciones y finalmente estamos en
esta vida solo para vivir y hacer un mejor mundo, suena muy romántico pero es
al final lo más sensato que podemos hacer: vivir, dejar vivir y tratar de que
nuestro entorno sea el más honesto, el más tranquilo, el que nos llene de más
energía.
Los colombianos nos sentimos pobres porque es el consumo el que
rige nuestras vidas y porque no lo tenemos todo o mínimamente todo lo que
queremos. Vemos Europa como un continente caro, y lo es, pero hay cosas en las
que a los colombianos nos dan en la jeta, por decirlo de una manera muy popular,
pero es así, casi me voy de espaldas al ver, por ejemplo, productos de belleza,
como un simple desodorante, de las mismas marcas que consumimos en nuestro país
y tres veces más barato en una ciudad como Münich y así puedo seguir con
productos de la “canasta familiar” colombiana que nos hacen la vida muy pero
muy costosa.
Otra cosa que concluyo con estos diálogos es entender
finalmente no conocemos el español como pensamos, que no sabemos, o por lo
menos yo no supe explicar, la diferencia
entre los verbos ser y estar que para nosotros es tan diferente pero para los alemanes y americanos no. El hecho de llegar y escuchar francés en
mis primeros 4 días, alemán en los 3 siguientes e italiano otros tres días más me
tiene la cabeza loca, pero igual con mucha curiosidad por saber algo de cada
uno. Me impacta la precisión alemana hasta en el lenguaje y declinaciones que
nos enredan nuestro básico español, el italiano es más fácil de entender pero
igual tiene su complejo y el francés con sus erres y su pronunciación gutural
ni se diga. Pero lo que quiero concluir aquí es que un francés, un alemán y un
italiano conocen su lengua desde el origen y saben explicar el porqué de sus declinaciones
y composiciones, un latino poco sabe explicar su español. Qué bueno sería
conocer más a fondo nuestra lengua, por lo menos, esa será de ahora en adelante
una de mis tareas personales.
Somos lenguaje, somos diferentes, somos humanos, somos
imperfectos y vivimos todos en un mismo lugar. A ser felices, a vivir
tranquilos, a ser más solidarios y humildes, a criticar menos, a enriquecer nuestra
cultura, a abusar menos del otro. Hablemos, conozcamos, entendamos,
dialoguemos, así sea en idiomas distintos, pero hagamos algo para no alejarnos
cada vez más en un mundo en el que todos somos iguales, las diferencias son, además del idioma, el lugar que habitamos y las pertenencias que al final ninguno se llevará a la
tumba.
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