domingo, 8 de julio de 2012

Lecciones de viaje N. 2


Soy un ser solitario que disfruta de la soledad en casa, del silencio y de incluso pasar días sin hablar con la gente, no es una conducta muy comprendida pero tampoco pretendo que lo sea.


No quiero decir con esto que no me guste la gente y que no me encante disfrutar de una buena conversación y de un buen programa con amigos. Todo lo contrario, también lo disfruto mucho.

En las vacaciones, en otro país y en otra cultura se despierta mi lado conversador, preguntador y curioso.

En mis conversaciones con esas personas maravillosas que se han cruzado en mi camino en este recorrido saco muchas conclusiones, trataré de simplificarlas, no es fácil, han sido horas y horas de hablar y hablar y hablar hasta que los ojos ya no pueden más y se deben cerrar.

Un punto con el que quisiera empezar es el daño que nos ha hecho la mentalidad colombiana; soy feliz de mis orígenes y amo mi tierra con el alma, pero el colombiano debe evolucionar y no quedarse con regionalismos pendejos que nos hacen más daño que bien, no tenemos el mejor sistema de transporte, no tenemos la mejor educación, no tenemos las mejores personas, no, tenemos muchas cosas buenas pero no somos los mejores y eso no lo reconocemos y no quiero decir con esto que los europeos sean mejores, no, la conclusión que saco es que finalmente somos tan pero tan humanos que tenemos más similitudes que diferencias. 

Vivimos con diferentes historias, convivimos con diferentes realidades, cargamos el peso de diferentes revoluciones y finalmente estamos en esta vida solo para vivir y hacer un mejor mundo, suena muy romántico pero es al final lo más sensato que podemos hacer: vivir, dejar vivir y tratar de que nuestro entorno sea el más honesto, el más tranquilo, el que nos llene de más energía.

Los colombianos nos sentimos pobres porque es el consumo el que rige nuestras vidas y porque no lo tenemos todo o mínimamente todo lo que queremos. Vemos Europa como un continente caro, y lo es, pero hay cosas en las que a los colombianos nos dan en la jeta, por decirlo de una manera muy popular, pero es así, casi me voy de espaldas al ver, por ejemplo, productos de belleza, como un simple desodorante, de las mismas marcas que consumimos en nuestro país y tres veces más barato en una ciudad como Münich y así puedo seguir con productos de la “canasta familiar” colombiana que nos hacen la vida muy pero muy costosa.

Otra cosa que concluyo con estos diálogos es entender finalmente no conocemos el español como pensamos, que no sabemos, o por lo menos yo no  supe explicar, la diferencia entre los verbos ser y estar que para nosotros es tan diferente pero para los alemanes y americanos no. El hecho de llegar y escuchar francés en mis primeros 4 días, alemán en los 3 siguientes e italiano otros tres días más me tiene la cabeza loca, pero igual con mucha curiosidad por saber algo de cada uno. Me impacta la precisión alemana hasta en el lenguaje y declinaciones que nos enredan nuestro básico español, el italiano es más fácil de entender pero igual tiene su complejo y el francés con sus erres y su pronunciación gutural ni se diga. Pero lo que quiero concluir aquí es que un francés, un alemán y un italiano conocen su lengua desde el origen y saben explicar el porqué de sus declinaciones y composiciones, un latino poco sabe explicar su español. Qué bueno sería conocer más a fondo nuestra lengua, por lo menos, esa será de ahora en adelante una de mis tareas personales.

Somos lenguaje, somos diferentes, somos humanos, somos imperfectos y vivimos todos en un mismo lugar. A ser felices, a vivir tranquilos, a ser más solidarios y humildes, a criticar menos, a enriquecer nuestra cultura, a abusar menos del otro. Hablemos, conozcamos, entendamos, dialoguemos, así sea en idiomas distintos, pero hagamos algo para no alejarnos cada vez más en un mundo en el que todos somos iguales, las diferencias son, además del idioma, el lugar que habitamos y las pertenencias que al final ninguno se llevará a la tumba.

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