¿En qué momento nos volvimos Blackberry dependientes?
Buena pregunta que aún trato de resolver en mi interior. Es que parece que se nos olvidara, a quienes nacimos sin celular bajo el brazo, como era la vida sin celular, como era la vida sin smartphones. Retomemos:
Los trabajos con las compañeras del colegio se concretaban en el colegio y si alguien no podía asistir se dejaba el mensaje en la casa de otra compañera. Para mínimamente avisar.
Cuando uno salía con amigas a pasar una tarde en cualquier sitio era prudente buscar un teléfono público cercano (teléfono que paso de ser importante a casi invisible para muchos) para llamar a la casa y decir que ya habíamos llegado y estábamos bien.
Si uno quería avisarle algo a alguien que venía en camino a nuestro encuentro era imposible. Si había que dejar el sitio por alguna razón pues se dejaba un recado con alguien pero no había como avisar nada.
Cuando uno quería enviarle un mensaje a alguien se escribía una nota o en casos extremos una carta. Eso es quizá lo que más extraño, esa caligrafía que se perdió, recibir una nota, una carta, un mensaje a puño y letra era tan emocionante como inolvidable. Antes todos reconocíamos a nuestros amigos por la letra, yo todavía recuerdo como era la letra de mis compañeras del colegio, hoy creo que pocos lo reconocen. Antes guardábamos las cartas de recuerdo, hoy guardamos archivos.
La vida sin celular era tranquila, uno disfrutaba saber que en un periodo determinado de tiempo nadie lo iba a “molestar” y se podía pensar en perderse por un rato sabiendo que no había manera de que alguien lo encontrara. Hoy ese perderse creo que es imposible para muchos.
Lo que demostró esta crisis de Blackberry es que, como leí en Twitter en muchos y variados trinos, no poseemos un Smartphone, este nos posee a nosotros. Si nos detuviéramos a contar los minutos en que pasamos observando al día estos aparatos creo que solo quedarían libres los instantes de sueño, de resto, todos dependemos, y suena triste afirmarlo, de unas cajas que tienen todo nuestro trabajo, nuestras relaciones y porqué no decirlo, nuestra vida, adentro.
¿Qué perdimos cuando permitimos que un Blackberry, que un Smartphone manejara nuestro tiempo? Perdimos mucha independencia, mucha autonomía que quizá las nuevas generaciones no entienden porque no la tuvieron. Perdimos comunicación, suena paradójico pero ya no nos vemos a la cara para decirnos las cosas, ya un beso y hasta un guiño se envía por símbolos y un abrazo por “emoticon”.
Pero no hay que negar que también ganamos. Ganamos efectividad laboral, ganamos en conectividad con el mundo, ganamos en inmediatez. Antes un celular era solo para hablar, hoy lo podemos hacer todo en este y eso lo han entendido los gurú del marketing, los sabios de la industria tecnológica y a eso se han adaptado todos los que quieren conquistar a los consumidores en cualquiera que sea su campo.
Pero como todo en la vida hay que sacar algo positivo de experiencias como esta. De esos minutos, horas y hasta días sin servicio de Blackberry. Sin temor a equivocarme puedo asegurar que más de uno descubrió su paranoia, su blackberry dependencia y se unió al club de los que lloraron, patalearon y echaron madres a diestra y siniestra por la falla del servicio. Otros en cambio lo tomaron más deportivamente y utilizaron otras estrategias para comunicarse con los demás, a otros más radicales la situación ni les importó.
La situación invita a cuestionarnos, a pensar que tan dependientes somos de una cajita que guarda datos, correos, mensajes y teléfonos. Vivir sin celulares es una utopía en la actualidad pero aprender a vivir con ellos sin que manejen nuestra vida, debería ser la consigna.
Empieza a hacer cuentas: ¿Cuántos minutos llevas sin bajar la cabeza hacia tu Blackberry, hacia tu celular?
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